¿Revolución en Egipto?


La caída de Mubarak en Egipto se ha ensalzado en la mayoría de medios como un ejercicio de democracia puro. Una modélica revolución donde el pueblo ha aniquilado al tirano corrupto para conseguir un estado democrático -o algo parecido a ello- con el que alcanzar el bienestar occidental. Si las democracias occidentales son el ejemplo a seguir, ¿sirven realmente las revoluciones?

Tras dieciocho días de intensa lucha entre el pueblo y sus gobernantes, la sociedad egipcia ha conseguido destronar al rais. Las movilizaciones multitudinarias, los enfrentamientos con la policía y la muerte de trescientos civiles –una cifra extraordinariamente elevada que ha pasado de puntillas por las cabeceras- han tenido la recompensa esperada. Hosni Mubarak, el presidente de Egipto desde 1981, dimitió del cargo casi por sorpresa, horas después de anunciar que seguiría al frente del país.

Casi todos los actores internacionales se apuntaron a tiempo al cambio en Egipto. Desde la Unión Europea hasta Estados Unidos, todos defendían una transición ordenada cuando comprobaron que no había marcha atrás. Un oportunismo del que poco se ha hablado en los medios, curiosamente.

Portadas, reportajes, seguimientos en vivo, enviados especiales, ríos de tinta están corriendo informando de un acontecimiento que, indudablemente, se convertirá en una de las noticias más importantes del año. El País llegó a crear en su versión digital una portadilla con el lema “Oleada de cambio en el mundo árabe”, bajo la cual se insertan todas las noticias sobre las movilizaciones de países como Túnez, Egipto y, más recientemente, Argelia.

Al estilo del ‘happy end’ de Hollywood, el villano ha caído y ahora se debe imponer un estado que vele por los derechos de los ciudadanos, un estado del bienestar a imagen y semejanza de los padres occidentales. Los Hermanos Musulmanes –principal oposición del partido de Mubarak- estiman que el destronamiento del rais perjudica a Estados Unidos y a Israel. Pero es muy ingenuo pensar que el futuro líder egipcio no disfrutará de la complacencia de la Administración Obama.

El futuro estado egipcio pasa por ser una avanzadilla en el mundo árabe. Un experimento que profundizará en la occidentalización del país y que tendrá réplicas en muchos otros estados. Los propios Hermanos Musulmanes declararon recientemente que no entra en sus planes crear un estado religioso musulmán. Las grandes potencias de occidente son los espejos donde miran los ciudadanos de países “menos desarrollados”. Son los ejemplos a seguir.

Occidente ha sabido exportar las bondades del sistema de economía de mercado y de las democracias como la panacea a los problemas de los estados. Pero oculta, hábilmente, que es el mismo sistema que genera la situación de dependencia y desigualdad mundial. Si las democracias occidentales son las metas a lograr, ¿se ha desvirtuado el concepto de revolución? Si aludimos a Marx, la revolución es el medio de alcanzar la síntesis, el resultado de enfrentar la tesis y la antítesis. Pero en la actualidad sólo tenemos la tesis: el capitalismo occidental cada vez más globalizado y aceptado como el modo de vida idóneo. No existe una antítesis al capitalismo. Por tanto, las revoluciones pierden el sentido originario de alterar el orden establecido y generar el cambio deseado.

Los tratamientos mediáticos que ensalzan las revueltas en Egipto y otras zonas del mundo árabe son un mecanismo más de propaganda del sistema occidental. Panfletos que elogian cómo se lleva a cabo una revolución ficticia que aspira a conseguir un estado democrático que conseguirá exterminar las dificultades del país. Es innegable el avance en algunos ámbitos –los derechos humanos son el mejor ejemplo- que supondrá la creación de un estado no regido por el Corán. Pero, un rápido análisis, enumera decenas de contradicciones del sistema: lacayos de la banca disfrazados de políticos, demagogia populista electoral, libertades recortadas…

Las revueltas en Egipto han conseguido acabar con un líder autoritario que no gozaba con el apoyo del pueblo. El tirano ha caído. El bien se ha alzado: la democratización ha llegado. Egipto se incorporará ahora al carro de los estados occidentales. En unas décadas sería interesante escuchar la opinión de los egipcios a la pregunta: ¿ha existido realmente una revolución?



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