El gran reto de la izquierda

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El resultado de las elecciones andaluzas ha sorprendido a propios y extraños. La victoria pírrica del Partido Popular ha supuesto un duro golpe en la sede de Génova y convierte a Andalucía en la gran excepción española, en la única isla roja. Precisamente, será la más roja, ya que el PSOE sólo podría acceder al Gobierno a través de una coalición con Izquierda Unida, la gran ganadora. Un partido que, desde los últimos años, se está revitalizando y que tiene que recuperar la capacidad de gobierno que había dejado a un lado después de tanto tiempo como oposición.

Las elecciones autonómicas en Andalucía de 2012 pasarán a la historia por varios motivos, pero todos ellos comparten un sesgo: la excepcionalidad. Los comicios han otorgado un fuerte revés a los sondeos y encuestas que se hacían públicos a pocos días de su celebración y que daban como ganador al Partido Popular, casi todos ellos, por mayoría absoluta. Se ha roto –al menos momentáneamente- con la tendencia adivinatoria que tenían estos sondeos en los resultados electorales, algo que evidencia que las encuestas no siempre instan a la tendencia de voto dominante. Andalucía ha sido la excepción.

Otro de los motivos definitorios de estos comicios ha sido la victoria del Partido Popular por casi 44.000 votos de diferencia, una cantidad pírrica que, no obstante, sirve para otorgarle tres escaños más que su directo rival, el PSOE-Andalucía. El escándalo de los ERE fraudulentos, la corrupción dentro de la Consejería de Empleo y las acusaciones de enchufismo en el seno de la Junta han pasado una importante factura al gobierno socialista que se contabiliza en más de medio millón de votos perdidos. Sin embargo, todo ello no ha supuesto la sangría que se preveía y que se constató en las elecciones generales del pasado noviembre. Andalucía, vuelve a ser la excepción.

Al igual de excepcional ha sido el comportamiento de los votantes andaluces, un millón menos que en las dos últimas elecciones que evidencia el motivo de coincidencia entre comicios generales y autonómicos. No puede deducirse si las razones radican en la idiosincrasia andaluza o en los últimos movimientos del gobierno popular de Mariano Rajoy, pero mientras hace cinco meses la población española daba un giro a la derecha, los andaluces han querido cambiar el signo y han virado a la izquierda. Sólo así puede explicarse que, de los nueve escaños perdidos por el PSOE-A, tres hayan ido a parar al PP-A y seis a IU-LV-CA. La comunidad andaluza se convierte en la única de toda España que tendrá en su gobierno a la coalición de izquierdas. Una nueva excepción.

Más allá de los resultados, el análisis debe centrarse en cómo se materializa los pactos. Izquierda Unida no ha accedido nunca al gobierno autonómico y siempre se ha mostrado como la oposición de izquierdas que, sin embargo, no le impidió unirse en 1996 al PP en la famosa “pinza” para provocar la caída del gobierno socialista de Manuel Chaves y la convocatoria de elecciones anticipadas.  Un gesto cuyo lastre estaban arrastrando y que sobrevoló todas la cabezas el pasado año, cuando la abstención de IU en Extremadura permitió al PP ocupar la presidencia de la Junta Extremeña.

Desde los grandes momentos de Anguita como coordinador federal, Izquierda Unida ha sufrido una travesía por el desierto que se ha reflejado en los resultados electorales, sobre todo de 2008, donde redujo su presencia en el Congreso de los Diputados a dos escaños, mientras en Andalucía conservaba su cifra estable, los seis parlamentarios. Su heterogeneidad interna unido a su discurso revolucionario, han sido dos de sus características que se han convertido en puntos negros. Todo ello unido a la época del socialismo de Zapatero, que asumió parte de ese progresismo social y el crecimiento del voto conservador en Europa, hacía perder fuerza a la coalición.

Pero en plena marea azul, Andalucía se ha posicionado del lado de la izquierda. Es momento ahora para que IU aleje fantasmas del pasado y afronte un reto cuyo éxito o fracaso puede dilucidar el futuro próximo del partido. Por un lado, debe hacer frente al medio millón de votantes que han asumido el lema tan manido en campaña electoral de su coordinador regional, Diego Valderas que postulaba a Izquierda Unida como el único cambio al neoliberalismo. Pero, pese a ser la llave del gobierno andaluz, el PSOE no va a ofrecer un cheque en blanco a la coalición.

Ante el nuevo gobierno, surgen muchas dudas: ¿qué capacidad de influencia tendrá IU en el nuevo gobierno? ¿Podrá llevar a cabo las reformas económicas y sociales que tanto han promulgado en campaña? ¿Cómo compaginará su discurso revolucionario con el centrista del PSOE? ¿Qué peso tendrá Sánchez Gordillo? Para dar respuesta a todos estos interrogantes, Izquierda Unida tiene se encontrará en una encrucijada.

 En un lado de la balanza, IU tiene la gran oportunidad y el difícil reto de imponer su programa para ser la alternativa real que dice ser al bipartidismo. Si consigue que los ciudadanos conciban que el modelo de izquierdas puede superar el modelo popular, basado en recortes y austeridad a toda costa, será un logro que supondrá un impulso renovador a la coalición.

Pero en el lado contrario se sitúa el pragmatismo que puede obligar a Valderas a difuminar su discurso para facilitar la gobernanza y a ser partícipe de los errores de la Junta de Andalucía. Mucho tendrá que presionar para tener un margen de maniobra real que le permita sortear con cierto éxito las imposiciones orquestadas desde Bruselas y Moncloa, con evidente carácter conservador. Los andaluces han dado la oportunidad a Izquierda Unida de jugar en el partido. Su juego puede basarse en dejar jugar al contrario o pararlo mediante faltas. La efectividad  de cada modelo permitirá saber si puede luchar por la zona noble o si quedará relegada a los puestos de descenso. 
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Los trapos sucios de La Pepa

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Tras 200 años de historia, la Constitución de 1812 no puede quejarse. Ha tenido homenajes de todo tipo y celebraciones más grandilocuentes que las que tuvo en su origen. El bicentenario de la Pepa ha sido una gran fiesta para gaditanos y españoles. Pero, ¿qué hay que celebrar? Pese a los dos siglos, el sistema político español contiene grandes vacíos y el orden social sigue vertebrado de forma deficitaria. Pese a la apariencia de modernidad y cambio, existe una profunda crisis social que aún no se ha conseguido solucionar. Pero es más fácil celebrar, que analizar.

El 19 de marzo de 2012 pasará a la Historia por conmemorar los doscientos años del nacimiento de la primera Constitución nacida del pueblo español con loas, cánticos y celebraciones que han intentado recordar con más o menos fortuna el tiempo de los doceañistas. 

El homenaje era de rigor. En plena decadencia española, con una crisis económica acuciante y un desprestigio brutal del sistema político democrático, no hay mejor fórmula para olvidar las penas que hacer una alegoría al espíritu patrio de los padres de la primera constitución española y al deber del ciudadano ejemplar que tantas vicisitudes tuvo que afrontar para conseguir el reconocimiento de sus derechos. 

Y así se hizo. Pero como la crisis está encima, hasta el homenaje ha sido prudente. Se ha echado en falta un reconocimiento nacional a la Carta Magna motivado quizás porque más allá de Cádiz, el resto de españoles no aprecian como suya la constitución, una postura más que razonable teniendo en cuenta la escasa repercusión en la vida de los españoles que tuvo La Pepa y su fuerte vinculación a Cádiz, epicentro del mundo liberal en la primera década del siglo XIX.

Pero aún así, las instituciones se encargaron de hacer bonito el día. Y lo consiguieron. El Rey y los miembros del Gobierno español y andaluz, no quisieron ausentarse de la foto, máxime cuando las elecciones están a un suspiro. Un homenaje solemne que aderezaron con un poco de fervor popular para dar sensación de que al pueblo le importa algo este día. 

El 19 de marzo de 2012 no ha sido importante porque la plana mayor del Estado haya acudido a Cádiz, ni siquiera, porque se celebra un bicentenario. Si hay que señalar esa fecha en rojo es para corroborar que, después de 200 años, la situación en España se parece bastante a la que impulsó a firmar la Carta Magna.

Más allá de los detalles históricos, hay varios elementos que cuestionan si La Pepa merecía un homenaje como si de una reliquia se tratase, o si es necesario leearla para comprender que podría seguir vigente en la actualidad. Entonces, ¿es que La Pepa es muy buena o es que la sociedad no ha evolucionado tanto como se cree?

Repasemos. Lo que por entonces se llamaba absolutismo, centrado en la figura de Fernando VII el Deseado (un adjetivo que perfectamente podría aplicarse al actual Presidente del Gobierno), ahora ha mutado hasta denominarse mercados, cuya imagen ilustrativa es la canciller Angela Merkel. No existe ninguna diferencia –más allá de las formales- entre los efectos que tenía el Rey absolutista del siglo XIX y el que poseen dos siglos después, los mercados financieros y la jefa del Gobierno alemán. En ambos casos, las decisiones de uno y otro han sido incuestionables y han dictado sentencia en el resto del mundo. 

La Constitución de 1812 recogía también la soberanía nacional, como el derecho de la nación a decidir sobre los asuntos del país a través de un sistema electoral basado en el sufragio indirecto y censitario. El efecto de esto es que las capas más amplias de población no podían intervenir en el proceso político, que estaba reducida a una élite ilustrada y adinerada, que era la artífice del proceso político. Actualmente, se reconoce la soberanía popular y el sufragio universal. Esta es la parte bonita. Lo feo es que está generando un sistema político bipartidista, basado en listas cerradas donde el ciudadano sólo puede elegir a un candidato predeterminado. 

No hay que ser erudito para observar cómo tanto en la Constitución de 1812 como en la de 1978, se busca constreñir la participación directa del pueblo que sólo puede intervenir en el proceso político a través de la elección de candidatos predefinidos ya que la fórmula del referéndum no se contemplaba en la Carta Magna del siglo XIX y no es vinculante para la toma de decisiones en la actual. Ese lema del despotismo ilustrado no queda tan lejos. Ahora se podría gritar eso de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” a viva voz y no se estaría cayendo en demagogia ni engaños. 

Pero aún hay más. Uno de los grandes elogios a La Pepa es su carácter aperturista que garantizó la libertad de expresión y la libertad de imprenta. Sin embargo, era una libertad con matices que, según el Decreto de Imprenta de 1810, perseguía a “libelos infamatorios, los escritos calumniosos, los subversivos de las leyes fundamentales de la monarquía, los licenciosos y contrarios a la decencia pública y buena costumbre”. Asimismo, se establecía una censura previa para cuestiones religiosas y un tribunal para evaluar las posibles extralimitaciones de la libertad de imprenta, la Junta Suprema de Censura. 

En la actualidad, la libertad de imprenta ha evolucionado a la libertad de información, que se garantiza hasta el punto donde colisiona con los derechos fundamentales de los ciudadanos. Sin embargo, los libelos calumniosos y la censura previa del siglo XIX ya no están presentes, pero se han transformado en un nuevo mecanismo de coacción que se articula a través de la autocensura, la espiral del silencio y la sobresaturación. 


En pleno siglo XXI no puede existir censura material (pese a que también esté presente en muchos puntos del globo), sino que se camufla bajo el paraguas del miedo a los posibles efectos de sus publicaciones, sobre todo entre profesionales de información –autocensura-. Esto se complementa con un fenómeno mucho más amplio donde los temas y las informaciones que se consumen, son proporcionadas por grandes conglomerados comunicativos que obvian informaciones que debilitan sus intereses económicos y, por el contrario, abruman con informaciones banales que, finalmente, serán consumidas y retroalimentadas por los espectadores. ¿Es casualidad el importante aumento de los espacios deportivos y de ficción en las televisiones?

La Pepa ya ha cumplido doscientos años y es de recibo conmemorar un documento con indiscutible valor histórico. Pero dejemos los homenajes para otro momento y hagamos autocrítica. Las llamadas a la patria y la utilización del espíritu reformista de los diputados doceañistas para legitimar cambios en el sistema laboral son herramientas chabacanas dignas de discursos retrógrados que no conducen a fin alguno. Las debilidades y deficiencias del sistema político de principios del siglo XIX no sólo no han desaparecido sino que han evolucionado. Actualmente nos encontramos con una sociedad regida por una Constitución avanzada pero que conserva unos problemas estructurales similares a la de 1812. Basta de discursos retóricos, es hora de buscar la pragmática y el cambio real de un sistema deficitario. 

Los gritos de Viva la Pepa podrían ahogarse con esta gran frase de un artista, Víctor Hugo: “La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad; la cobardía es un consentimiento; existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer”. ¿Seguimos gritando eso de Viva la Pepa?
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Vivir de pie, pese a la crisis

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Recortes, crisis, flexibilización laboral, paro... Son las palabras más repetidas a lo largo de los últimos meses que copan páginas y minutos de periódicos e informativos. Una saturación que está generando un estado de pesimismo colectivo que provoca hastío y depresión. Frente a ello, las movilizaciones y las acciones de protestas se convierten en un vehículo donde los protagonistas serán los primeros en adaptarse a los nuevos cambios.

Llevamos casi cuatro años imersos en esta nueva realidad que todos denominamos crisis económica. A lo largo de todo este tiempo, las hemerotecas se han llenado de portadas, imágenes y archivos a través de los cuales podemos seguir perfectamente la evolución de la situación en España y en el Mundo. Si hacemos un rápido barrido por ellas, observaremos cómo las noticias son un calco y repiten los mismos esquemas informativos.

Pero si algo ha provocado la crisis ha sido un estímulo negativo en todas los receptores. Estamos en la Sociedad de la Información, un momento de innovación y revolución asombrosa en el ámbito de la comunicación. Internet y las redes sociales han transformado al completo el concepto y las teorías de la comunicación tal y como las conocíamos. O quizás no tanto.

Situémonos en los años 20 cuando el profesor Harold Laswell comienza a estudiar los efectos de los medios de comunicación de masas en la población, sobre todo, la radio y el cine. De ellos, se extrajo la célebre Teoría de la Aguja Hipodérmica, que no es más que la constatación de que los medios de comunicación tienen una extraordinaria influencia en los individuos. Tal es así, que existen unas élites, llamémosle poder, que "inyectan" directamente un mensaje a través de los medios de comunicación entre los ciudadanos, que lo asumen sin discutirlo.

Año 2012. El paradigma comunicativo es radicalmente distinto. Las nuevas tecnologías, las webs 2 y 3.0, los blogs, Twitter, Facebook, Youtube y las miles de páginas webs que existen permiten que, en la actualidad, el mensaje se matice, se cuestione y hasta se niegue. Actualmente, el mensaje no se inyecta de forma directa, sino que existen muchos otros filtros. Pero, ¿y sus efectos?

Podemos decir que las informaciones de los medios de comunicación se matizan e incluso que nuevas herramientas como Twitter, permite obtener información a través de distintas fuentes, sin beber directamente de los grandes medios de comunicación de masas.  Pero la Teoría de la Aguja Hipodérmica es perfectamente extrapolable a la actualidad en cuanto a sus efectos.

Cieñ años después, las repercusiones de los medios de comunicación tradicionales son inmensas. Su agenda, marca los temas de conversación diarios entre la población y sus preocupaciones. Para muestra, un botón, el último barómetro del CIS indica que la mayor preocupación de los españoles es, en este orden, el paro, los problemas económicos, la clase política y la corrupción. Los cuatro temas que copan actualmente la información nacional de todos los medios de comunicación.

El verdadero problema de esta situación radica en las limitaciones que provocan los medios con las reiteradas informaciones sobre la crisis y los problemas económicos. El bombardeo informativo al que el espectador está siendo sometido lo está sumiendo en una suerte de pesimismo antropológico que provoca cansancio, hastío, abatimiento, depresión e incluso, suicidio. El incremento en el número de muertes y suicidios en los últimos años, ¿está causado sólo por la mala situación económica? ¿O por las pocas expectativas de mejora que se poseen en función de la realidad que están conociendo a través de los medios? 

El debate no versa sobre informar o no de la actualidad. La información veraz es necesaria para conocer la realidad y adaptarse a ella. Sin embargo, los medios de comunicación no muestran una alternativa a la actual realidad. Millones de personas sufren en España los problemas derivados de la crisis económica y están informándose constantemente de las posibles cambios en su situación. Pero, ¿qué más?

Se echa en falta un compromiso por parte de las administraciones y las grandes corporaciones mediáticas para mejorar las posibilidades de salida y para impulsar el ánimo colectivo. Si la reiteración acerca de los problemas que asolan el mundo pueden provocar un estado de ánimo depresivo a nivel global, la introducción en la agenda diaria de líneas informativas diferentes que abren nuevas posibilidades y salidas profesionales, podrían generar el efecto contrario: una inyección de positividad colectiva. 

¿Es casualidad que los mayores índices de felicidad recaigan en ciudadanos de países emergentes? ¿Sorprende saber que España se sitúa en los últimos puestos de la clasificación mundial en cuanto a felicidad de los ciudadanos? Si la crisis es contagiosa, sus efectos lo son aún más. Históricamente, la humanidad se ha adaptado a todas las revoluciones. Actualmente, los acontecimientos se suceden a un ritmo vertiginoso y el cambio es constante. Como ya postuló Darwin en El Origen de las Especies, aquellos que mejor se adapten a los cambios, sobrevivirán. Dos siglos después, la teoría continúa viva. 

Sin embargo, el pesimismo colectivo en el que los países occidentales están sumidos ha adoptado un vehículo mediante el que se está transformando: la lucha por el cambio. La crisis está despertando del largo letargo en el que millones de personas vivían. El miedo a perderlo todo ha provocado que se pierda el miedo al cambio y las ciudades están acogiendo de forma habitual manifestaciones, concentraciones y protestas de jubilados, trabajadores y jóvenes estudiantes reclamando una mejora en las condiciones vitales. Aquellos que transforman el pesimismo en indignación y acción se están situando a la vanguardia de la evolución, están siendo protagonistas de una alternativa a la situación actual. El mundo es el que es, pero la forma de vivirlo es optativa. Y, actualmente hay dos: aceptarlo y formar parte de la realidad desoladora o armar el intelecto y cambiar tu modo de vida. ¿Con cuál te quedas?
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