El antes se hace ahora

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Manifestaciones, estudiantes en la calle, cargas policiales y decenas de detenidos y heridos, son imágenes que se sucedían hace un par de décadas en este país. Lo acontecido en Valencia, se asemeja peligrosamente a las actuaciones de un estado paramilitar que reabren una vieja herida abierta entre ciudadanos y políticos y contribuye a desprestigiar la democracia actual. 

Ayer, el jefe superior de la Policía de Valencia, Antonio Moreno, revivió un Deja Vú y se inspiró en actuaciones que no hace tanto, realizaban sus progenitores. Su enajenación mental comenzó cuando calificó de “enemigos” a unos jóvenes manifestantes que ejercían de forma pacífica dos derechos recogidos en la Constitución: el de la libertad de expresión y el de asociación (artículos 20 y 22 de la C.E). Después, la incapacidad se hizo total y un misterioso espíritu totalitarista y dictatorial tomó forma a través de la represión de las consideradas Fuerzas de Seguridad del Estado, que se convirtieron durante unas horas en agentes de coacción que sometieron las críticas y las protestas al poder de la fuerza bruta. 

La actuación policial desatada obedeció a unas claras directrices que apuntan, en primera instancia, el jefe superior de Policía de Valencia, cuyas afirmaciones evidencian la consideración que posee de los valencianos, pero alcanzan cotas mayores. ¿Existieron órdenes políticas para aplacar a través de la violencia la manifestación? ¿Obedece esto a una nueva línea de las fuerzas y cuerpos de seguridad ante el nuevo gobierno? No en vano, el 30 de diciembre del pasado año, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, relevó a toda la cúpula policial, situando como director general de la Policía, a Ignacio Cosidó, en una estrategia que el Sindicato Unificado de Policía (SUP) calificó como “politización de la cúpula policial”

Casualmente, la manifestación del día después a la represión, contó con una presencia muy inferior de policías y se saldó sin ningún incidente. Nuevas instrucciones. Pero la utilización política de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad no es exclusivo de un signo político ¿Alguien piensa que en la permisividad de la actuación policial en las manifestaciones del movimiento 15 M no tuvo una incidencia directa la proximidad de las elecciones locales y el miedo del denostado gobierno del PSOE a perder mayor popularidad? 

Más allá de la instrumentalización política que se está extendiendo en las fuerza de seguridad, la pregunta que todo el mundo se hace es obvia: ¿en qué beneficia a un gobierno recién elegido que se reprima tan violentamente una manifestación que habían comenzado pacíficamente estudiantes del Instituto Luis Vives de Valencia, contra los recortes en Educación? Obviamente, en muy poco. Sin embargo, la actuación no ha sido aún censurada por el Gobierno. El carrusel de declaraciones al respecto es insólita: 

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno:Todo el mundo tiene derecho a manifestarse y a expresar sus opiniones", pero "todo el mundo tiene que entender" que la Policía y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado "tienen unas funciones que cumplir". "Creo que si todo el mundo actúa con mesura y con sentido común este tipo de cosas no se va a repetir" .

Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior:Nosotros estamos para controlar los excesos y no para excedernos en el control. Ya lo he dicho y está dicho para personas inteligentes, pero que quede claro que cuando hablo de los excesos, estoy hablando de manera muy especial de aquellos radicales y violentos que aprovechan determinadas circunstancias que no deben hacer en ningún momento”.

Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia:No llevemos nuestras simpatías a los que atacan, a los que hacen posible que usted y yo seamos personas libres en una nación libre”. Los agentes de la Policía Nacional “han sido violentamente agredidos”. 

Paula Sánchez de León, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana:Se trata de que (los manifestantes) cometieron un acto que la Policía no podía dejar que ocurriera que era la alteración del tráfico y el corte del tráfico durante muchas horas y en una calle muy importante de la ciudad”. 

Todas ellas tienen en común una omisión de responsabilidades hacia los mandos que ordenaron este tipo de acción policial. Hablando llano, “el enemigo” la compone una masa de estudiantes –radicales y exaltados- enfurecidos. Pero se echa en falta un poco de autocrítica. La delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana también ha anunciado una investigación y una apertura de expedientes disciplinarios en los casos que lo requieran. ¿Lo hará también con los mandos policiales que ordenaron la carga policial? 

Según las autoridades, exaltados y radicales, una manifestación no autorizada, cortes de tráfico no comunicados y actuaciones agresivas de los estudiantes, fueron las causantes de una respuesta “proporcionada” para el jefe de la Policía Valenciana. Bajo este paraguas de medias verdades y discursos políticamente correctos se esconden, como en la mayoría de manifestaciones, insultos y actitudes desafiantes de los manifestantes hacia la Policía que, durante unos instantes, se autoerigen en protagonistas de una revolución. 

Pero el follaje no debe impedir ver el bosque. Una de las claves de este asunto la aporta el Sindicato Unificado de Policía. Según el SUP, “el fin que se pretendía, (restablecer una calle al tráfico), era menos importante” que evitar “un clima de crispación, heridos, y violencia”. Y añade en su comunicado que “el principio de autoridad (la gestión de los espacios públicos) debe interpretarse con la suficiente flexibilidad como para no crear interviniendo la Policía un problema mayor que el que se pretende resolver”. Por tanto, ¿está justificada la actuación policial sobre personas no armadas? 

Huyendo de tópicos y demagogia, existe en el Estado de Derecho un principio que rige su funcionamiento: la proporcionalidad. Se trata de un axioma, que junto con el de la equidad, impregna el carácter del Estado y la actuación de todos los trabajadores públicos. La proporcionalidad es clave para que un estado democrático funcione con normalidad. Actitudes como la de cuerpo policial en Valencia, a instancias de sus mandos superiores, y la respuesta política generada, no hacen sino perjudicar a un estado democrático y hacen revivir fantasmas del pasado que parecen, no estar enterrados del todo.
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¿Hasta cuándo esta lenta agonía?

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La situación que está viviendo Grecia ni es fácil, ni es cómoda y, hasta cierto punto, llega a ser incluso inexplicable. Mientras se vota en el Parlamento Griego unas nuevas medidas de recortes, en las calles se vive una auténtica oleada de protesta que se está saldando con incidentes entre los manifestantes y la policía. La pregunta es, ¿cuándo se pondrá fin a una situación que se está manteniendo forzosamente desde la Unión Europea y en contra de los intereses de la población?

 
Bancarrota, quiebra y catástrofe. En ese orden, es el castigo divino que amenaza a Grecia si el Gobierno no ejecuta sus compromisos fiscales y de reducción del déficit público. A estas horas, los diputados griegos se encuentran en el hemiciclo decidiendo el veredicto, que se dará a conocer dentro de unos minutos. Pero que, previsiblemente, ya conocemos
Paralelamente,en la Plaza Syntagma de Atenas, a las puertas del Parlamento griego, unas 50.000 personas (30.000 para la Policía) se manifiestan durante todo el día en señal de protestas por las duras condiciones que recoge el nuevo plan de rescate a Grecia. Serán 130.000 millones de euros (con posibilidad de aumentarlo hasta cerca de 150.000) los que Europa, con Francia y Alemania a la cabeza, inyectará en la economía helena. Con eso, se evitaría una suspensión de pagos en el país que se hace efectiva el 20 marzo, la prioridad más urgente de evitar para los dirigentes griegos.
El conflicto está en las condiciones del rescate y en una situación que se hace insostenible. Al primer rescate que se aprobó en mayo de 2010 incluía un importe de 110.000 euros hasta 2013, a cambio el gobierno heleno tuvo que hacer frente a una reducción de las pensiones, una prolongación de la edad de jubilación hasta los 65 años (antes estaba en los 60 años) y a las creación de diversos impuestos con los que incrementar rápidamente las arcas.
Tan solo dos años después, Grecia ha solicitado un segundo rescate, este mucho más duro, ya que las medidas impuestas desde Europa se suman a la larga listas de ajustes realizados, primero, por el Gobierno de Yorgos Papandréu y luego por Lukás Papadimos, el actual primer ministro. Ahora el Parlamento decide sobre tres cuestiones: la quita de casi el 50% de la deuda griega (100.000 millones de euros) –a cambio de un mayor control por parte de la Unión Europea de la política fiscal griega-, la recapitalización de los bancos griegos y un nuevo plan de ajustes que incluye, entre otras medidas, el despido de 15.000 funcionarios públicos, una rebaja del 22% en el salario mínimo (que estaría rondando los 580 euros), recortes en las pensiones y reducciones de las partidas presupuestarias en materias como Educación y Sanidad.
Bajo esta amalgama de datos, se esconde una realidad: miles de griegos no quieren ser rescatados por bancos alemanes ni quieren seguir sufriendo las consecuencias de una crisis financiera –en torno al 80% de la población rechaza el nuevo plan de ajustes, según la televisión privada Skai y el diario Kathimerini-. La sombra de la salida del Euro ronda al país heleno lo que provocaría un “caos social” que conduciría al “desastre”, según el primer ministro Papadimos.
Lo cierto es que no hay seguridad de que este segundo plan funcione. Es otro intento –uno de los últimos- de la Unión Europea para evitar que las agencias de calificación engullan la deuda griega y los indicadores financieros se tiñan de rojo púrpura. La pregunta que salta ante esta perspectiva es muy clara: ¿por qué se somete y se restringen los derechos de la población griega para mantener una situación financiera extremadamente delicada que no posee las garantías necesarias para pervivir en la Zona Euro? Desde 2009, se han recrudecido las condiciones socioeconómicas de los griegos hasta alcanzar una tasa de paro cercana al 21% y aún así, los dirigentes solicitan comprensión para seguir prolongando la agonía.
En esta situación entra en juego el principio de la proporcionalidad y la equidad, principios claves que rigen el Estado de Bienestar. ¿Es proporcional tensar la cuerda tanto del lado de los ciudadanos –recordemos que el plan de rescate conlleva una recapitalización de los bancos que luego, difícilmente se traducirá en la concesión de créditos para las familias- sin garantías solventes de mejora? ¿Se está gravando equitativamente a todos los sectores públicos?
Todo esto lleva a plantear si la única alternativa es romper el Status Quo imperante a través de un plante a la Unión Europea –una situación insólita que ningún gobierno parece contemplar hasta el momento- o una hipotética salida del Euro. Siguiendo los criterios de los expertos financieros, esto supondría un contagio a países como Italia, Portugal y España, que serían atacados por especuladores y agencias y afectaría gravemente la economía europea hasta niveles insospechados.  A tenor de las previsiones de la tan famosa troika (los comisarios del Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea) se ocasionaría el desastre.
Un discurso manido que inyecta aún más miedo a una población aletargada que no sabe qué hacer para frenar una pérdida de la soberanía y una vulneración de la tan aclamada democracia en la que nos encontramos. La espera pasiva ha traído infinidad de recortes a los griegos, las movilizaciones, se están castigando con fuertes dosis de violencia y las voces discordantes no parecen tener cabida en este sistema. ¿Hasta cuándo se prolongará esta agonía?
La experiencia griega puede ofrecer una solución. Grecia es un espejo donde España se siente cada vez más reflejado. El nuevo plan de ajustes que saldrá elegido esta noche pondrá al límite la paciencia de una población agotada y asfixiada por unos recortes impuestos desde las élites. Un estallido social podría acabar con los planes de la Unión Europea y, en ese caso, ¿sería el fin de Grecia? ¿No existe alternativa a los recortes, la violación de derechos y la devaluación de la democracia que están rigiendo los designios de millones de personas? Prepare el chuvasquero porque la tomenta ha comenzado y es muy posible que le salpique.
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La mala educación

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José Ignacio Wert, ministro de Educación
El Gobierno de España ha anunciado nuevas medidas educativas que, pese a no conocerse con exactitud, parecen generar unas expectativas contradictorias. Junto a ello, las últimas actuaciones del Ministerio con las oposiciones a profesor de Secundaria en Andalucía, hacen prever unas política educativa que tendrá un fuerte componente ideológico revanchista detrás de ella.

Hace meses que dejé de escribir el blog por falta de tiempo al comenzar otros proyectos. Sin embargo, las nuevas circunstancias que están sucediendo han provocado que el que suscribe estas líneas, alcance un nivel de hartazgo que sólo tiene una salida positiva: la opinión a través de la palabra escrita. Y he considerado que este blog es el vehículo perfecto para ello. No determinaré días ni plazos, un blog es un cuaderno de bitácora muy personal, y a él acudiré para expresar mi indignación y mis emociones con todo lo que nos rodea. Alegría para mis seguidores, pesadumbre para mis detractores.

La película realizada por el fructífero cineasta español, Pedro Almodóvar en 2004, ilustra muy bien el asunto que me ha traído de vuelta aquí. Un ámbito que me atrae desde hace tiempo y que considero el baluarte indispensable de cualquier civilización. La Educación, eso que en España, se pisotea, se manipula, se adoctrina y se destruye para generar una sociedad más aburguesada, menos crítica y más gilipollas, hablemos claro.

El anuncio del Gobierno de España de la modificación de la Ley Orgánica de Educación no supone ninguna novedad. Gobierno nuevo, ley nueva, es la tónica en este país desde la implantación de la LOGSE en 1990. Y, con los nuevos rumbos que ha tomado el país, era cuestión de tiempo un anuncio de estas características. Sin embargo, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, sin concretar las nuevas medidas que recogerá la futura ley de educación (ya se verá si será orgánica) avanzó algunas pinceladas a modo de globo sonda para ir comprobando la reacción de la ciudadanía en un ámbito que puede generar una fuerte impopularidad en cuestión de segundos a través de las redes sociales (como así ha sido).

La ampliación del Bachillerato a tres años, sorprende, por ser una medida que retoma los viejos estudios secundarios, pero da un giro con aires renovadores, y los europeíza. Al estilo alemán, el Gobierno del Partido Popular, pretende adelantar la edad de decisión de los jóvenes a los 15 años, donde ya se decidirá si seguir estudiando Bachillerato u optar por la Formación Profesional. Aunque, siendo los 16 años, la edad mínima obligatoria para abandonar los estudios, este avance adolece de cierta consistencia práctica y jurídica, a la vez que genera no pocas duda, entre ellas: ¿será 1º de Bachillerato o el primer curso de FP obligatorio? ¿Se acortará la edad legal para dejar de estudiar?

Otra de las medidas avanzadas ha sido el futuro de becas. Con un recorte estimado en el Ministerio de Educación de más de 400 millones de euros, el ministro ha asegurado que este logro social, no se resentirá. Eso sí, ha avanzado cambios en las becas tal y como las conocemos. Sin querer profundizar más (quizás por miedo a introducirse en un fangoso charco), Wert afirmó que se intentará dotar a las becas de un criterio de excelencia. Es decir, considerar el currículum del estudiante y las calificaciones como eje para su concesión, unas declaraciones que suenan a un recorte velado de la partida para becas escudadas en el lema "privilegios para los mejores".

Pero ni el Bachillerato de tres años, ni el recorte en becas, ni siquiera  la sustitución de la adoctrinadora asignatura Educación para la Ciudadanía por otra similar, Educación Cívica y Constitucional, (ECC) pero con la carga ideológica a la diestra, ha generado tanta polémica como el anuncio del cambio de materias en las oposiciones a Secundaria en Andalucía

Se trata de una muestra más del fuerte componente ideológico que está impregnando este nuevo Gobierno. Su compromiso por desmarcarse a velocidad de vértigo de todo lo que huele a socialista, es tal, que se están tomando medidas improvisadas e ilógicas de todo punto por parte de un gobierno recién elegido. El cambio en los temarios a las oposiciones no obedece a criterios de calidad como argumenta el ministro, es imposible mantener este discurso cuando se vuelve a unos contenidos aprobados entre 1993 y 1996. No porque la educación de antes fuera mala, sino porque el cambio social que se produce desde entonces obliga a afrontar los contenidos educativos a través de formas más innovadoras.

La pregunta es saber los motivos del castigo de Wert. ¿Se trata de un zarpazo al Gobierno de la Junta de Andalucía para debiliarlo de cara a las elecciones del próximo 25 de marzo? ¿Es una vendetta del Gobierno central, amparándose en que las Comunidades Autónomas (14 de las 19 autonomías están gobernadas por el PP) decidieron no convocar oposiciones hasta 2013 para mantener los compromisos de déficit y fiscales estipulados por el Gobierno, mientras el Gobierno andaluz les retó ofertando más de 2.000 plazas?

Es evidente que el PP no ha comenzado su andadura con actitud conciliadora y pactista, sino todo lo contrario. Esta actitud revanchista, encuentra a la Educación como una arma arrojadiza para castigar fallos ajenos y elogiar aciertos propios. Pero desde la ciudadanía, en este ámbito se reclama lo que se espera de los dirigentes políticos: compromiso y conciliación para generar un diálogo constructivo que permita unificar criterios y estabilizar a la Educación, alejándola de la inseguridad jurídica y política que la cobija. Las ideologías, para los mítines, la verdadera actitud que se reclama al Gobierno es un comportamiento que garantice un pacto de estado definitivo que permita incrementar los niveles de calidad de la enseñanza y el aprendizaje de los jóvenes españoles. ¿Es mucho pedir, señor Wert?

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