Spain is different


Manifestación en Madrid contra los recortes / alosguantazos.blogspot.com
A usted, que está en la pantalla leyendo, le voy a solicitar permiso para que hoy, aprovechando que voy a hablar de cambios, me permita cambiar la manera de contar de cosas. Hace unos días tuve un encuentro con un amigo que hacía varios años que había salido del país. Se encontraba realizando unos estudios fuera y acaba de regresar temporalmente. Tras tomar un café y hablar durante horas de nuestras vivencias, abordamos la situación actual de España y ambos coincidimos en que, después de sintonizar la televisión, abrir las páginas de un periódico o escuchar una emisora de radio, obtienes una conclusión clara: España está cambiando. 

No hace mucho tiempo, las manifestaciones estaban prohibidísimas en España. Eran momentos oscuros, donde el régimen autoritario franquista reprimía cualquier atisbo de libertad de expresión. La llegada de la democracia a finales de los 70, trajo consigo un cambio político que generó multitud de protestas ciudadanas: la gente había experimentado la libertad y no se atrevía a soltarla. Aunque después, cuando la democracia se asentó, todo se calmó y el español medio no volvió a salir a la calle, salvo en contadísimas excepciones. Ahora todo ha cambiado. 

Cualquier persona que abandonara el país hace una década y regrese ahora le sucedería algo parecido a lo que contaba este amigo mío: reconocería poco de lo que dejó atrás. Diariamente podemos ver a cientos de personas haciendo suya la calle como nunca antes se había visto en España. El espíritu del español calmado y aborregado se está esfumando. A las manifestaciones diarias masivas en todos los rincones del país, se unen banqueros pidiendo perdón, políticos reduciendo su sueldo e incluso hasta el Rey ha realizado un acto sin precedentes bajándose su asignación y la de la Casa Real. Muchos cambios. Minúsculos, pero cambios al final y al cabo que eran impensables hace años. Todos, consecuencia de la crisis, ese fenómeno que se estudiará en los libros de historia de las próximas décadas como el acontecimiento que cambió la historia reciente del mundo. Si embargo aún no hemos visto ni la cuarta parte de la metamorfosis que experimentará el orden mundial. 

Aunque si había alguna característica innata en los españoles, esa era la de criticar en la barra del bar. Absolutamente todos los españoles ejercen a diario de seleccionador nacional de fútbol, de magistrado, de diputado e incluso de presidente del Gobierno. Siempre se le ha achacado al español que sea tan ácido en petit comité y luego no canalice sus reclamaciones a través de los cauces que permite la ley. Bien, eso también es historia y dice mucho de esta generación de ciudadanos. El hastío generalizado, los brutales recortes a los que estamos siendo sometidos, la falta de empleo, el empobrecimiento social, la falta de expectativas laborales y, en resumen, la decadencia vital en la que los españoles estamos en estos momentos enfrascados, ha sido la chispa que ha encendido la llama. Una llama que está contagiando a millones de mechas repartidas por todo el territorio nacional que sienten igual y buscan un cambio verdadero. Los españoles ya no utilizan el bar para expresar sus críticas, se lanzan a la calle, cortan el tráfico y protestan públicamente por los atropellos que están sufriendo. 

La sociedad española no es la misma que hace diez o veinte años. Entonces, circunstancialmente también se lanzaba a la calle pero es la coyuntura actual la que la está dotando de una herramienta de presión que está obligando a la rectificación de los poderes públicos. No es casualidad que el presidente de los jueces haya dimitido, ni que la Casa Real y los miembros del Gobierno se bajen el sueldo. No lo es tampoco que directivos de Novagalicia pidan públicamente perdón por sus malas prácticas financieras o que la diputada Andrea Fabra rectifique por su “que se jodan” en el Congreso. Nada de eso sucede por azar. Todo obedece a una presión social sin precedentes. 

¿Es suficiente? Probablemente no. Pero todo ello demuestra un importante avance de la sociedad. Mucho se ha escrito y hablado sobre el letargo que sufría la sociedad española. Si esto ha sido así antes, ahora ya no lo es. La gestión de la crisis que está realizando el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha conseguido espolear a miles de personas que observan cómo se destruye el bienestar que han conocido debido a prácticas pseudo mafiosas de las élites. Mineros, funcionarios, parados, trabajadores o estudiantes han despertado del aburguesamiento generalizado mostrado públicamente su “no” a las medidas que organismos internacionales con escasa legitimidad democrática están imponiendo a los ciudadanos. 

Lo conseguido hasta ahora es una muestra de la presión social que se está generando en el país pero aún es insuficiente para la gran parte de la población. Mariano Rajoy ha tenido la cuestionable habilidad de convertir al Gobierno de España en el enemigo que todos quieren batir. Bien es sabido que, con un enemigo identificado, todo es más fácil. Por eso, el nivel de escrutinio que la población está ejerciendo sobre la actividad del Ejecutivo es insólita y las redes sociales están favoreciendo la organización y la canalización de protestas comunes que tienen siempre el mismo protagonista. 

Siendo riguroso, la crisis está generando millones de antisistemas que son todos los que están cansados del sistema político, económico y social actual y reclaman una remodelación profunda de las bases democráticas. La gente ahora está opinando y participando en política cuando hace escasos años pocos se interesaban en ella. La población está más atenta que nunca a las acciones de sus representantes. La sociedad en la que vivimos es la más activa en décadas. Entonces, surge la duda: pese a los incipientes cambios ¿se conseguirá transformar el sistema? Eso está aún por escribir. Lo que yo cuento aquí es que, ahora sí, podemos decir sin temor a equivocarnos que Spain is different.


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