Oda a unas cuentas famélicas


Hacer cuentas es un arte para el que existen pocas personas válidas. Resulta extremadamente difícil hacer cuadrar unos ingresos y unos gastos, mucho más en momentos de extrema dificultad económica como el que estamos. Ahí radica la habilidad del buen gobernante, capaz de conocer los recursos que existen, saber repartirlos con equidad y equilibrar unos ingresos y gastos de la mejor forma posible. 

Esta teoría (simplista) de la economía viene a reflejar que detrás de cada presupuesto existe una manifiesta intención política, que puede cambiar radicalmente la arquitectura de las cuentas. El último ejemplo, los artificios que ha hecho la Junta de Andalucía para ofrecer unos presupuestos opuestos (al menos en apariencia) a los del Gobierno Central. 

En su haber debe constar el tijeretazo que el Gobierno de Mariano Rajoy ha efectuado a las autonomías en pro de la consecución del 0.7% del déficit impuesto. Con estas perspectivas, es difícil cuadrar unas cuentas que retroceden a años anteriores, donde se la burbuja se reía de los mercados, combatía el desempleo y servía de modelo para exportar al exterior. Pero la burbuja estalló y nos salpicó a todos. Y sus restos se han adherido a nuestro cuerpo como una masa viscosa de la que es imposible deshacerse. De hecho, las cuentas andaluzas son una consecuencia más del estallido de la manida burbuja. 

Pero que la luz de la explosión no nos ciegue. La Junta ha presentado unos presupuestos eminentemente políticos que, sin embargo, no pueden esconder la complicada realidad económica autóctona. Ha sido un manifiesto de intenciones para desmarcarse de los brutales hachazos cometidos por el Ejecutivo central a las cuentas generales de 2013 y recuperar (en parte) el espíritu socialdemócrata que se echa en falta en el PSOE. Unos presupuestos que servirán para que Griñán recorra el país (Ferraz incluida) mostrando a colegas y opositores “otra forma de gobierno”. 

Craso error. Nadie, y mucho menos los dirigentes andaluces, debería enorgullecerse de unas cuentas deprimidas y desoladoras. Todas las partidas decrecen respecto a 2012 salvo una. La deuda pública. Resulta llamativo cuando en la bancada socialista, la deuda es unos de los argumentos con los que se intenta quebrar la coraza que protege la política de Mariano Rajoy. Por eso, ni PSOE-IU deben ensalzar estos presupuestos ni el PP tiene capacidad moral para rechazarlos cuando contienen unas recetas parecidas a las practicadas por el Gobierno central: recortes en la economía e insuficientes políticas de crecimiento. 

No obstante, el bipartito de izquierdas se ha vanagloriado de salvaguardar educación, sanidad y empleo públicos y así lo ha intentado reflejar en sus cuentas, otorgándoles un sello más "social". Aunque son partidas que se hacen necesarias en el discurso político para intentar paliar deficiencias estructurales de la región, como los últimos datos de la EPA, donde Andalucía está a la cabeza de la tasa de desempleo. Se trata de un problema que no viene de ahora pero que se ha recrudecido, por eso, aparecen unos planes de empleo que deben considerarse una estrategia casi obligada del Ejecutivo de Griñán que, lamentablemente, tendrán poco recorrido puesto que la actividad económica caerá más de un 1% y las inversiones se han hundido hasta el 20%. 

Con este escenario, sin inversiones, sin dinamización del sector empresarial y sin apostar por los sectores en los que Andalucía es competitiva (Turismo y Comercio, responsables del 11% del PIB andaluz, han sufrido una rebaja del 36%), va a ser muy difícil salir del atolladero. Esto obliga a una profunda reestructuración política, social y financiera para superar los problemas actuales y los que se arrastran desde antes de la crisis. Una situación que se antoja casi utópica con unas cuentas famélicas que intentan capear el temporal de la mejor forma posible y confiar en que la situación general del país mejore. No es momento de odas, sino de políticos y políticas con mayúsculas.


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